martes, 3 de noviembre de 2009

De juegos, helados en invierno, lanzallamas y platos rotos

Estuve jugando. Jugando de verdad, totalmente metido en el juego.
Jugaba a que tenía una novia. Y nos queriamos. Nos queriamos más que todo el mundo.
Y era divertido jugar, porque sabía que en breve se iba a terminar.
Que al fin de cuentas era simplemente eso: un juego.
Pero me compenetre tanto, que una vez que se terminó, quería seguir jugando.
Y me llené de tristeza.
Me sumí en incertidumbres.
Pero lo que más me ensombrecía era el egoísmo de mi tristeza.
No era tristeza por ese juego terminado.
No por ese juego en particular.
Estaba triste por no poder seguir jugando.
Con ella o con otra. Lo único que importaba era seguir jugando.
Claro que ella era un factor importante, el más reciente, el último, el que todavía latía en las pupilas.
Pero parte de otros muchos juegos también inconclusos.
No el único.
Divierte la libertad de saber un final cercano, de permitirse un vale todo porque total ya se termina.
Pero esos finales abrutos también dejan un vacío importante...
Y todo eso se me juntó de golpe.
Se me agolpó en la garganta.
Me ahogó.
Nostalgias sumadas, dudas encontradas, caminos varios que no llevan a ningún lado.
Dí vueltas y vueltas en mi cabeza.
Y no volví a clase.
Me fuí a caminar.
En el frío del invierno.
Y me comí un helado, con el frío en la cara, en mi boca y en mi garganta.
No ví un auto en una esquina, tan compenetrado andaba con mi angustía.
Por suerte el auto me vió a mi, que deambulaba con mi palito bombón helado, y no me atropelló.
Seguí dando vueltas y me encontré con lanzallamas.
Unos obreros pegaban alfombras de brea.
Un sonido más que interesante el de los lanzallamas para condimentar mis pensamientos.
Y volví.
Y me senté ausente en otra clase, pensando historias, sin poder prestar la suficiente atención.
Y se necesita bastante para poder seguir una clase de literatura sobre el clasicismo en húngaro.
Así que me concentre en las historias de animales que vinieron a mi mente.
Y después, (como saben algunos) cuando se juntan tantas cosas, tantas angustias, tantas dudas, tantas certezas a medias y verdades incompletas, rompí un plato.
Porque es inevitable, llega un momento en que tenés que romper un plato.
Puede ser un vaso, o una taza también, o algo por el estilo, pero generalmente es un plato.
Un plato de sopa, en mi caso.
Pero viendo la obiedad de este plato estrellado en una lluvía de anicos en el piso, sonreí.
Y me vine a escribir esto.
Para aclarar mi pensamientos.
Para respirar profundo.
Y para ver que hago con todos estos sentimientos que tengo en este momento.
Tengo un infinita tristeza, como dice Manu Chao.
"Infinita tristeza", "Infinita tristeza", repite el audio en un loop.
Pero suelo disfrutar de mis estados de ánimo, sean cuales sean.
Así que creo que me voy a tocar el saxo a ver como suena toda esta tristeza...

5 comentarios:

  1. Hace unos años se me rompio un vaso. Y llore, y muchas pelotudeces mas. Pero creo que si hoy se me rompe un plato me reiria... mucho. Es la mejor resolucion.

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  2. che vas a seguir escribiendo en este blog o lo elimino de favoritos?

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  3. buscaba historia de viajeros y encontré las tuyas... me gustan, me siento en parte identificada.. gracias por compartir esas sensaciones pocas veces explicables... porque increíblemente, cuando dos sensaciones inexplicables se encuentran, se puede encontrar un sentido :)

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    1. Hoy recordé el blog y me puse a buscarlo. Acabo de leer tu comentario. No sé si te llegará esta respuesta, pero de cualquier forma gracias a vos por haber leído y dejar el comentario!
      Saludos!

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