Volví.
Hacía ya un tiempo que no andaba por estos lados, pero todo parecía estar de la misma manera, asombrosamente igual dado el paso del tiempo.
Traté con esfuerzo, pero no pude precisar la fecha en que había estado allí por última vez.
Podían ser varios meses desde entonces. O quizás varios anios.
Se sentía como siglos.
Apoyé uno de los bultos que cargaba a mi lado, y con la mano ahora libre me cubrí el rostro del ardiente sol, intentando contemplar mejor.
El enorme edificio me miraba imponente, sin aparentes reclamos por mi ausencia.
Pero solo por unos segundos, porque luego (quizás cuando se percató de mi misera existencia), hasta me pareció percibir que se inclinaba un poco sobre mi, avalanzandose amenazador.
Sin embargo, descarté la sensación en ese momento, convenciendome de que simplemente era una fruto del cansancio, que venía ganandome la batalla diaria hace desde hace bastante tiempo.
Contemplado todo lo sucedido luego, me pregunto que hubiera sucedido si hubiera hecho caso a ese mudo aviso, a esa instintiva advertencia...
Tomé entonces el primer bulto, y me presté a ser devorado por la enorme mole de cemento, atravesando sus puertas para internarme en las frías sombras del vestíbulo, dejando el agobiante calor de un día particularmente soleado para la época del anio.
Pero enseguida tuve que ser resurgitado, porque la tarea no se iba a cumplir en un solo viaje.
Aunque me tomó menos tiempo del pensado.
En unos 20 minutos, ya había sido recibido nuevamente por esa despersonalizada habitación, que me contemplaba con la frialdad de sus paredes ahora blancas, y había sabido ser mi guarida durante tantas noches.
Los bolsos y ropas sobre una de las otras camas, me indicaron que ya tenía un companiero de habitación, y por la bandera brasilera que se veía asomando prolijamente plegada entre los bultos, pude deducir que se trataba del senior Rodrigues Staudt, el cual había arrivado a tiempo, según lo anticipado en la correspondencia que habiamos intercambiamos.
Las otras dos camas estaban vacías, y por el momento, desconocía a quien fuera ocupar esa tercera cama.
Escojí la que estaba más cerca de la ventana, y me aproximé a ella, para contemplar, como había hecho tantas veces en otros tiempos, el sinuoso recorrido de la siniestra calle Sómloi, que se alejaba sigzageante colina abajo.
Encendí un cigarrillo, aspirando cansada y profundamente el humo, y me volví hacía la cama, dispuesto a comenzar a desempacar todos mis artilugios y bienes personales.
Y fué entonces que noté la nota deslizandose por debajo de la puerta. Me acerqué cansinamente, y me agaché a tomarla.
Desde el mismo momento en que observé el trazado de esa letra, fino y expresivo, cargado de feminidad, algo me cautivo. Estaba escrita sobre un envoltorio de algún tipo dulce, pero pulcramente limpio. No pude precisar el origen de la golosina, pero parecía ser ruso, o algo parecido, aunque la nota estaba escrita en un perfecto castellano.
Leí entonces: "Vos tenés el pito con capuchita o sin? Digo, para ir sabiendo."
Abrí la puerta intentando dar con el autor/autora de la nota, pero lo único que descubrí fué un pasillo desierto...
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que genialidad por dios
ResponderEliminarlas huestes de admiradores lo dicen
te adoro
jajajajjajajajajajjajajajajajja
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